sábado, 2 de agosto de 2025

Fútbol y violencia en la España de 1932

 El fútbol en la España de marzo de 1932  era mucho más que un deporte. Era una expresión directa de las tensiones sociales y políticas que azotaban el país. En un escenario de profunda división y conflictividad, los estadios se convirtieron en espacios donde la pasión se mezclaba con la violencia, y donde la masa, a veces, tomaba el control de lo que debía ser un espectáculo deportivo.

Irún: el árbitro como víctima de la masa enardecida

En el campo del Unión Club de Irún, la tensión llegó a un punto crítico. Durante un partido muy disputado, el árbitro anuló un gol del equipo local por una falta previa, desatando la furia de los espectadores. La multitud enfurecida invadió el campo, protestando de manera violenta y descontrolada. En un intento desesperado por evitar un caos mayor, el árbitro anuló también un gol legítimo del Madrid, aparentemente sometido a la presión popular.

La situación se volvió peligrosa al punto que los jugadores del Madrid tuvieron que salir escoltados por guardias para evitar agresiones, mientras el público lanzaba piedras y se generaba un ambiente hostil que ponía en riesgo la integridad física de los futbolistas.

San Sebastián y Bilbao: la ola de violencia se expande

No solo en Barcelona o Irún se vivían escenas violentas. En San Sebastián y Bilbao, la intensidad de los partidos y la pasión de los seguidores derivaban también en altercados. La presencia de grupos exaltados crecía con cada encuentro, convirtiendo los estadios en auténticos polvorines.

Los jugadores centrales perdían su habitual concentración y temple, afectados por la presión del público y el ambiente agresivo. El árbitro, impotente, se veía obligado a decisiones polémicas, mientras la masa enardecida respondía con insultos, invasiones y amenazas.

Medidas de emergencia: alambradas y guardias de asalto

La gravedad de la situación obligó a las autoridades deportivas y políticas a tomar medidas de emergencia. En poco tiempo, se hizo evidente que los estadios necesitaban alambradas protectoras para contener a las multitudes. Además, se movilizó a miles de guardias de asalto para garantizar la seguridad en los partidos.

Biblioteca Nacional de España, 1932.



La batalla por la revisión de contratos de alquiler (España, 1932):

Durante los primeros años de la Segunda República, se vivió en España una intensa disputa entre inquilinos y propietarios por el tema de los alquileres, agravada por la escasez y precariedad de la vivienda. Los alquileres representaban una carga excesiva para muchos ciudadanos, mientras que los caseros se quejaban de impuestos y falta de rentabilidad.

En Barcelona,  45.000 a 100.000 familias obreras dejaron de pagar alquileres entre julio y diciembre de 1931, en una huelga organizada fundamentalmente por la CNT y el Comité de Defensa Económica. Reclamaban rebajas del 40%, mejoras habitacionales y frenos a desahucios arbitrarios. La respuesta gubernamental fue represiva: despliegue de Guardia de Asalto, detenciones masivas, carga contra manifestaciones, ley marcial e incluso decenas de muertos (al menos 18).

Ante este conflicto, el ministro de Justicia Álvaro de Albornoz intervino con un decreto en marzo de 1932 que favorecía a los inquilinos. Este decreto permitía revisar los contratos de alquiler sin límite de antigüedad, ampliaba los beneficios a rentas de hasta 6.000 pesetas anuales, y eliminaba el derecho de los propietarios a subir automáticamente los alquileres cada cinco años (los llamados “quinquenios”).

La Asociación de Inquilinos de Madrid, fundada en 1919, jugó un papel crucial en esta lucha, organizando mítines, asesorando legalmente a sus más de 13.000 miembros, y promoviendo demandas judiciales para hacer valer sus derechos. Se exigía una legislación clara y permanente que resolviera de forma definitiva las tensas relaciones entre arrendadores y arrendatarios.

El decreto fue visto como una gran victoria por parte de los inquilinos, quienes aspiraban ahora a que se convirtiera en una ley estable que pusiera fin a la incertidumbre y al conflicto permanente con los propietarios. También se señalaba la necesidad urgente de resolver el problema estructural de la vivienda en Madrid, con miles de habitaciones aún inhabitables.

En 1932 se firmaron acuerdos para reducción de rentas y resolución de conflictos, aunque los movimientos persistieron de forma intermitente.

Biblioteca Nacional de España, 1932.


Semana Santa sin procesiones en Madrid (1932)

 Durante la Semana Santa de 1932, Madrid vivió una celebración atípica: las procesiones religiosas fueron suprimidas por completo. En el marco de la Segunda República, las procesiones fueron suspendidas por una combinación de factores políticos, sociales y de seguridad, reflejo del choque entre el nuevo régimen republicano y la Iglesia católica en una España profundamente dividida.

Con el fin de conocer cómo afectó esto a la vida religiosa de los fieles, el periodista J.R. entrevistó a varios párrocos de importantes iglesias de Madrid.

En la iglesia de San José, el párroco explicó que nunca se habían realizado procesiones exteriores, ni siquiera en épocas más estables. Según su testimonio, la asistencia a misa no se redujo; al contrario, se percibió un ligero aumento de la devoción. Bautismos y matrimonios continuaron celebrándose con normalidad, y tanto hombres como mujeres participaron con notable fervor.

En San Ginés, donde tradicionalmente se organizaba la procesión del Santo Entierro, la situación también cambió. Aquella procesión, que solía contar con el respaldo del Ayuntamiento, no se celebró ese año. Dos sacerdotes explicaron que, a pesar de la supresión, la asistencia a los oficios religiosos aumentó, especialmente entre los hombres, cuya presencia creció aproximadamente un 20%. Ambos coincidieron en que los actos externos del culto fomentaban la devoción, pero subrayaron que los fieles mantuvieron su fervor aun sin procesiones. Además, afirmaron que la colecta convocada por el obispo tuvo buena respuesta, destacando las aportaciones de los sectores más humildes.

Por otro lado, en la iglesia de San Luis, el colector Gabriel Saz confirmó que tampoco salían procesiones. Aun así, reconoció la importancia del culto externo para avivar la fe popular. En cuanto a la asistencia a la iglesia, aseguró que no disminuyó; durante la semana acudían más mujeres, mientras que los domingos la presencia masculina era mayor. La parroquia, situada en una zona comercial, recibía contribuciones constantes de bancos, viajeros y comerciantes, lo que permitió sostener el culto sin dificultad.

En conjunto, la Semana Santa de 1932 se desarrolló sin procesiones. Los sacerdotes entrevistados coincidieron en que, aunque faltó el elemento visual y ceremonial de la calle, la fe se mantuvo viva y activa entre los creyentes. 

Biblioteca Nacional de España, 1932.


Ramón Casanellas, expulsado por l Segunda República en 1932 por súbdito ruso indeseable

 En marzo de 1932, la Guardia Civil detuvo cerca de Carmona a Ramón Casanellas, un conocido anarquista y militante comunista que se dirigía a un congreso del partido. Casanellas fue famoso por participar en el asesinato del presidente Eduardo Dato en 1921, tras lo cual huyó a Rusia.

Durante su exilio, combatió en el Ejército Rojo, vivió penurias y más tarde estudió en la Universidad Obrera de Gverloff, donde se formó en marxismo. Convertido en aviador y comandante, se transformó de activista violento en ideólogo revolucionario.

Con la proclamación de la Segunda República, regresó a España con la intención de avivar la revolución comunista, pero fue rápidamente detenido y posteriormente, en marzo de 1932,  expulsado como súbdito ruso indeseable.

Falleció el 24 de octubre de 1933, en un accidente de motocicleta en la carretera de El Bruc cuando se dirigía a Barcelona junto a Francisco del Barrio para asistir a una reunión del partido. El accidente fue calificado por algunos como sospechoso, y ciertos sectores del PCC apuntaron a posibles disputas internas como causa de su fallecimiento.

Biblioteca Nacional de España, 1932.


jueves, 31 de julio de 2025

Graves sucesos ocurridos en Toledo en marzo de 1932

Graves disturbios ocurrieron en Toledo en  marzo de 1932 cuando huelguistas emboscados en las cercanías de un edificio en construcción, junto a la carretera de Madrid, abrieron fuego y arrojaron piedras contra un destacamento de guardias de asalto enviados desde Madrid para restablecer el orden.

El enfrentamiento dejó varios heridos graves entre las fuerzas del orden:

  • El guardia chófer Juan Antonio Esteras, herido de gravedad en el vientre, en estado crítico.

  • El guardia Moreno Ibáñez, con una herida grave en la pierna.

  • El cabo Agapito García, con el maxilar y la lengua destrozados por un disparo.

  • El teniente Moreno, comandante del grupo, herido en una mano y con dos balazos en la gorra.

  • Otros guardias (López, González, Lozano) sufrieron heridas menores o rasguños.

  • También resultó herido un civil, Fermín Lain, en una pierna.

El director general de Seguridad, señor Menéndez, visitó a los heridos en el hospital. 

Biblioteca Nacional de España, 1932.


¿Qué haría usted ante un Golpe de Estado?. Entrevista a Manuel Azaña en 1932

 En una entrevista realizada por  Juan G. Olmedilla en marzo de 1932, Manuel Azaña, presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República, respondió con ironía a la pregunta sobre qué haría ante un golpe de Estado, afirmando que “nadie cree en brujas, pero hablar demasiado de ellas ha causado muchos males”. Con esta metáfora, Azaña advertía contra el alarmismo político: hablar insistentemente de dictaduras o conspiraciones podía convertir el miedo en realidad.

Biblioteca Nacional de España, 1932.