lunes, 16 de junio de 2025

Erich Maria Remarque(1898 – 1970)

 Erich Maria Remarque fue un novelista alemán nacido el 22 de junio de 1898 en Osnabrück. Se hizo mundialmente famoso por su obra "Sin novedad en el frente" (1929), una novela que retrata crudamente la experiencia de los soldados alemanes durante la Primera Guerra Mundial. Basada en su propia vivencia como combatiente herido en el frente, la obra se convirtió en un símbolo del pacifismo y fue prohibida por el régimen nazi, que también lo despojó de su nacionalidad.

Antes de alcanzar el éxito, Remarque vivió en la pobreza y ejerció múltiples oficios: maestro rural, periodista, contable, vendedor e incluso payaso de circo. A pesar de su fama, siempre se sintió tímido, melancólico e insatisfecho con su vida, y confesaba que el éxito no le había traído la felicidad. Decía que escribir no era difícil, pero sí lo era mantener la constancia, y prefería trabajar en aislamiento para evitar distracciones.

Vivió exiliado en Suiza y Estados Unidos, donde obtuvo la ciudadanía. En sus últimos años residió en Suiza con su esposa, la actriz Paulette Goddard. Falleció el 25 de septiembre de 1970 en Locarno, dejando un legado literario que sigue conmoviendo por su humanismo y denuncia contra la guerra.

Biblioteca Nacional de España, 1931


La aventura submarina del Nautilus de Sir Hubert Wilkins

 En una hazaña sin precedentes, Hubert Wilkins lideró una expedición científica para cruzar el Océano Ártico por debajo de los hielos del Polo Norte en un submarino bautizado Nautilus, en honor al de Julio Verne. El objetivo era llevar a cabo una serie de observaciones científicas en condiciones extremas, desafiando el escepticismo de la comunidad científica.

Con el apoyo de instituciones como la Sociedad Geográfica Americana y el Instituto Carnegie, el plan incluía 15 ambiciosos objetivos, entre ellos estudiar corrientes marinas, composición del agua, magnetismo, gravedad, flora y fauna árticas, y la estructura geológica del fondo oceánico.

El submarino usado, el U.S.S. O-12, fue cedido por EE.UU. y reformado especialmente. Contaba con tecnología avanzada, víveres para dos años, máquinas perforadoras para atravesar el hielo, cámaras de observación, y sistemas de emergencia.

La ruta completa incluía Nueva York, Londres, Bergen, el archipiélago de Spitzberg, el Polo Norte, Alaska, Panamá y de nuevo Nueva York. La parte más peligrosa era la travesía submarina de 4.000 km bajo el hielo, que tomaría unos 42 días, saliendo a la superficie periódicamente para renovar aire y cargar baterías.

A pesar de sufrir averías en la primera etapa, la expedición no se detuvo. Aunque el comandante Danenhower admitía el riesgo de quedar atrapados bajo el hielo y convertirse en un "buque fantasma", todos estaban conscientes del peligro, motivados por el valor científico de la misión.

La expedición del Nautilus de sir Hubert Wilkins no logró su objetivo principal de atravesar el Océano Ártico por debajo de los hielos del Polo Norte. La expedición partió en 1931, pero el submarino Nautilus tuvo múltiples problemas técnicos desde el inicio, incluyendo filtraciones, fallas en los motores y daños estructurales debido al mal estado del buque (era un submarino militar viejo, cedido por EE.UU.).

Nunca llegó a realizar la travesía bajo el hielo ártico como se había planeado. La mayor parte del tiempo lo pasó en reparaciones. Finalmente, la misión fue abandonada, y el Nautilus fue hundido intencionadamente en el Mar de Noruega.

Aunque la expedición fracasó en lo operativo, fue un hito histórico por ser el primer intento serio de exploración submarina del Polo Norte, anticipando misiones posteriores más exitosas, como la del USS Nautilus (nuclear) en 1958, que sí logró cruzar el Polo bajo el hielo.

Biblioteca Nacional de España, 1931.

La "fiesta de la bandera" en Barcelona, en julio de 1931

 En Barcelona se celebró un acto simbólico en el que, por segunda vez, el Ejército de la República salió a la calle, esta vez para reemplazar oficialmente las antiguas enseñas por la bandera tricolor republicana. El evento tuvo lugar en el Paseo de Gracia, con la presencia de autoridades como Francesc Macià, Carlos Esplá y el general López de Ochoa.

Miles de ciudadanos asistieron. El acto cerró con un desfile ante la estatua de Prim.




Biblioteca Nacional de España, 1931.


martes, 10 de junio de 2025

La falta de baños públicos en el Madrid de principios del siglo XX

 

En junio de 1931, el alcalde Pedro Rico y algunos concejales, como el señor Sagaseta, advirtieron sobre la carencia de instalaciones públicas para la higiene de los madrileños, especialmente ante la llegada del calor y considerando que muchas viviendas carecían de baño propio.

Ya en años anteriores, se habían propuesto iniciativas como habilitar el estanque del Retiro para baños públicos y acondicionar zonas del río Manzanares con arenales para su uso recreativo e higiénico. Sin embargo, estas propuestas fueron ignoradas por el Ayuntamiento y la prensa.

Históricamente, Madrid había mostrado un desinterés persistente hacia los baños públicos, en contraste con la influencia árabe en otras regiones. Aunque en el siglo XIX existieron hasta 19 baños públicos en la ciudad, con el tiempo desaparecieron sin explicación ni oposición significativa.

El Manzanares fue durante mucho tiempo el único recurso para la población que buscaba refrescarse, a pesar de las precarias condiciones y la persecución de la Guardia Civil por las normas vigentes.

Pese al cambio de costumbres y el creciente aprecio por el agua, Madrid seguía sin dotarse de infraestructuras adecuadas para el baño.


Biblioteca Nacional de España,  1931.

Junio de 1931, el mitin de Esquerra Republicana de Cataluña y la presencia de su candidato por aquel entonces, Ramón Franco, hermano de Francisco Franco

 

Barcelona, junio de 1931,  en la Plaza Monumental de Barcelons y ante más de cuarenta mil personas reunidas en el coso y otras veinte mil que quedaron fuera por falta de espacio, la Esquerra Republicana de Catalunya proclamó su visión de una España renovada.

En aquel acto, junto al venerado Francesc Macià , hablaron figuras clave de la nueva política republicana, entre ellos el alcalde de Barcelona Jaume Aiguadé, el consejero Ventura Gassol, el abogado y tribuno Lluís Companys… y una presencia que sorprendió y emocionó: el comandante Ramón Franco, héroe del “Plus Ultra”, andaluz, republicano y revolucionario.

Ramón Franco, hermano del entonces coronel Francisco Franco, representó  el compromiso de una España unida desde la izquierda, que rechazaba tanto el separatismo ciego como el centralismo asfixiante. Cuando saludó a “una Cataluña libre” en nombre de “la Andalucía que quiere ser libre como ella”, la plaza estalló en una ovación unánime. 

Ramón Franco no fue allí un mero invitado, sino parte activa de la candidatura de la Esquerra. Su inclusión, junto a Ángel Samblancat y otros no catalanes, mostró que aquella formación política  tendía puentes entre los pueblos peninsulares

Durante el acto, pudo verse también cómo Macià, lejos de representar un proyecto separatista, se reafirmaba como el líder de una izquierda catalana profundamente hermanada con el resto de España. Lo dijo una y otra vez: no querían una Cataluña contra España, sino una Cataluña libre unida a una España libre. En aquel mitin, Macià y la Esquerra Republicana luchaban por una Cataluña libre y federada dentro de una España republicana, y no por su independencia. Lo que rechazaban era la España reaccionaria y monárquica, no la España democrática y solidaria.

Ante la posibilidad de que una mayoría conservadora en las Cortes Constituyentes impidiera la aprobación del Estatuto catalán, Macià aseguró que continuarían luchando no solo por la libertad de Cataluña, sino también por la libertad de toda España, convencido de que las izquierdas revolucionarias españolas los acompañarían en esa causa.

No olvidemos que nos situamos en junio de 1931, un momento en el que tanto la postura política de Ramón Franco como la de Esquerra Republicana estaba aún en proceso de cambio.

Biblioteca Nacional de España, 1931.



La catapulta que lanza aviones: un salto técnico en la aviación de los años 30

 

En junio de 1931, desde el aeródromo de Farnborough, en Inglaterra, se probó con éxito un invento que parecía sacado de la ciencia ficción: una catapulta terrestre capaz de lanzar aviones convencionales al aire en apenas 30 metros de recorrido. En una época en la que los aviones necesitaban al menos 300 metros de pista para despegar, esta innovación prometía revolucionar la logística militar y civil de la aviación.

El principio era sencillo pero poderoso: un motor de aire comprimido, anclado firmemente al suelo, generaba una fuerza equivalente a 3.000 caballos de vapor. Esta energía se transfería a un cable de acero enrollado en un tambor, que se aceleraba hasta 2.400 revoluciones por minuto. Un carro especial, enganchado a la cola del avión, era arrastrado por este cable a toda velocidad, impulsando al aparato. Justo antes de llegar al extremo del recorrido, el carro se desacoplaba, y el avión, ya en plena aceleración con sus motores encendidos, se elevaba en vuelo.

Durante las pruebas, aviones de más de siete toneladas fueron lanzados con éxito, lo que demostró la viabilidad del sistema. El objetivo era claro: facilitar el despegue en espacios reducidos, especialmente útil en entornos bélicos o terrenos accidentados donde no era posible construir largas pistas.

A pesar de su éxito técnico, el sistema no se adoptó de forma generalizada para la aviación terrestre. Las principales razones fueron su complejidad técnica, los riesgos que implicaba y la evolución acelerada de los motores aeronáuticos, que pronto permitieron despegues más cortos sin asistencia mecánica. Sin embargo, el concepto sí encontró un terreno fértil en el ámbito naval.

La idea de catapultar aeronaves fue refinada y perfeccionada en los portaaviones, donde se convirtió en una tecnología esencial. Durante la Segunda Guerra Mundial, y especialmente a partir de los años 50, las catapultas de vapor se hicieron comunes en los buques de guerra de Estados Unidos y otras potencias, permitiendo el lanzamiento de aviones de combate desde plataformas flotantes con espacio muy limitado.

Hoy, el principio de este viejo experimento sobrevive, modernizado, en las catapultas electromagnéticas que impulsan aviones desde los portaaviones más avanzados del mundo, como los de la clase Gerald R. Ford de la Armada estadounidense.

En la fotografía superior, el avión, ya lanzado, toma altura a treinta metros de su punto de arranque. Biblioteca Nacional de España, 1931.
Vista a nivel de cubierta de una catapulta a bordo del barco museo USS "Ronald Reagan" con un T-45C en posición de lanzamiento. Imagen  Wikipedia.