En pleno corazón de Madrid, desde hace casi un siglo, hay un nombre que se pronuncia con la misma ilusión y esperanza que el sorteo más esperado del año: Doña Manolita. Más que una simple administración de lotería, es un símbolo cultural que ha convertido la suerte en una especie de religión para miles de madrileños y españoles.
Doña Manolita vino al mundo en 1879 en el castizo barrio de Chamberí, hija de un maestro de obras, y su primer negocio fue un estanco en la Calle Hortaleza de Madrid
En una entrevista realizada en 1930 por Pedro Massa , Manolita explicaba algunas curiosidades y el porqué de su buena suerte.
—Hablemos de suerte y lotería, doña Manolita.
—Hablemos de lo que usted quiera.
—¿Entre qué sexo cuenta usted mayor número de compradores?
—Entre el sexo femenino, sin duda alguna. La mujer, aunque parezca lo contrario, es más ambiciosa de bienes materiales que el hombre. Y como desconfía más que el varón de los frutos de su propio esfuerzo, recurre a la lotería con la esperanza de enriquecerse por arte de birlibirloque, cosa que consiguen muy pocas, naturalmente.
—¿De supersticiones y rarezas andan más el hombre o la mujer?
—Mucho más la mujer que el hombre. Usted se reiría si le contase al detalle las mil cosas que se le ocurren a algunas parroquianas antes de comprar un décimo. Tengo una que hasta que no ve pasar a un cura rubio por la puerta de mi tienda no compra. Y, mire usted qué casualidad: cuando esa mujer llega aquí y pasa el curita rubio, todo es uno.
—¿Y le toca después?
—Ni una sola vez. Yo le digo que es por mezclar el "supersticioso" con estos asuntos tan poco divinos; pero ella sigue erre que erre y asegura que así le tiene que tocar el gordo, y no de otra forma. A lo mejor, un buen día se sale con la suya.
Otra se trae un gatito negro muy mono, hace que coloque encima del mostrador hasta seis números diferentes, suelta al gato, y el décimo sobre el que primero coloca una de sus patas delanteras es el que se lleva.
—¿Y le da mucho resultado este truco?
—No le va mal del todo con él. Mire usted, hay meses en que resulta premiada en los tres sorteos, todo por “aquel” del gato, según ella.
—¿Qué impresión le causó a usted la gente en los días que correspondió aquí el gordo de Navidad?
—La impresión de que todos estaban locos. No puede usted imaginarse siquiera la cara de asombro que ponen las mujeres, sobre todo al saberse premiadas con unos miles de duros. Bailan, gritan, lloran como Magdalenas, besan al primero que se les pone por delante, dicen todo lo que van a hacer con el dinero...
Y a mí, bueno, a mí me piropean y me ponen de guapa que no hay por dónde cogerme.
—Doña Manolita, la gente dice por ahí que su suerte tiene un origen un poco tenebroso...
—Que he vendido el alma al diablo, y que por eso me colma de fortuna aquí en la tierra, a cambio de que pague todas juntas el día que estire la pata. ¿Es eso lo que ha oído usted?
—Exactamente.
—Pues escuche usted ahora el verdadero secreto de mi buena mano. En el año 1926, harta de que no correspondiese jamás a esta administración un premio que valiese la pena, hice cuatro viajes a Zaragoza, y en los cuatro tuve la suerte de ver a la Pilarica con su manto rojo, que es signo infalible de fortuna. Pedí unos números que se me ocurrieron sin saber por qué, los vendí en mi casa, y el premio gordo de Navidad fue conmigo aquel año, siendo este el comienzo de mi fama como lotera. Conque ya está dicho todo: la Virgen y su manto carmesí, que me amparan.
Hoy, Doña Manolita sigue siendo un referente para quienes creen en la magia de la Lotería de Navidad más que en el concepto de probabilidad matemática. Su mostrador es un lugar donde se entrelazan superstición, tradición y una pizca de milagro, recordándonos que, a veces, la esperanza es el mejor premio.
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