En junio de 1931, el alcalde Pedro Rico y algunos concejales, como el señor Sagaseta, advirtieron sobre la carencia de instalaciones públicas para la higiene de los madrileños, especialmente ante la llegada del calor y considerando que muchas viviendas carecían de baño propio.
Ya en años anteriores, se habían propuesto iniciativas como habilitar el estanque del Retiro para baños públicos y acondicionar zonas del río Manzanares con arenales para su uso recreativo e higiénico. Sin embargo, estas propuestas fueron ignoradas por el Ayuntamiento y la prensa.
Históricamente, Madrid había mostrado un desinterés persistente hacia los baños públicos, en contraste con la influencia árabe en otras regiones. Aunque en el siglo XIX existieron hasta 19 baños públicos en la ciudad, con el tiempo desaparecieron sin explicación ni oposición significativa.
El Manzanares fue durante mucho tiempo el único recurso para la población que buscaba refrescarse, a pesar de las precarias condiciones y la persecución de la Guardia Civil por las normas vigentes.
Pese al cambio de costumbres y el creciente aprecio por el agua, Madrid seguía sin dotarse de infraestructuras adecuadas para el baño.
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