En octubre de 1931, Japón llevó a cabo la invasión de Manchuria, una región estratégica del noreste de China, bajo el pretexto del asesinato del capitán Nakamura. Este argumento fue ampliamente cuestionado, ya que se demostró que Nakamura actuaba como espía y que su muerte fue una excusa fabricada para justificar una operación militar previamente planeada por los sectores militaristas e imperialistas japoneses.
El ataque japonés fue fulminante: en pocos días, ocuparon Mukden y otras zonas clave. A pesar de que la Sociedad de Naciones exigió la retirada japonesa y condenó la invasión, Japón desoyó la resolución y consolidó su presencia estableciendo el Estado títere de Manchukuo. Esto evidenció la debilidad del sistema internacional de seguridad colectiva.
Las causas profundas del conflicto fueron económicas y demográficas: Japón sufría una grave crisis interna, con sobrepoblación, desempleo y necesidad de recursos naturales. La ocupación de Manchuria ofrecía una solución a estos problemas, permitiendo la expansión de capitales japoneses, el acceso a tierras fértiles y minerales, así como un nuevo espacio para reubicar su creciente población.
Internacionalmente, la ocupación japonesa generó alarma. La prensa pacifista japonesa, medios soviéticos y voces chinas denunciaron la agresión como un acto de colonialismo brutal. La intervención también marcó el inicio de una escalada de tensiones que anticiparían el estallido de la Segunda Guerra Mundial en Asia.
En la imagen, soldados japoneses ametrallan, en las calles de Mukden (Shenyang ), a la población que trata de oponerse a la invasión extranjera.
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