martes, 6 de mayo de 2025

La dura realidad de los segadores en Castilla en 1930

 

Durante la temporada de cosechas en Castilla, en  1930,  se vivió una marcada desigualdad entre los trabajadores del campo, especialmente entre los jornaleros locales y los segadores forasteros, en su mayoría gallegos. Estos últimos solían llegar en cuadrillas de ocho o catorce hombres, lideradas por un mayoral que negociaba directamente con los propietarios de las tierras. A lo largo de varios meses, desde la cosecha de la algarroba hasta la de la avena, trabajaban de sol a sol, comenzando al amanecer y terminando al anochecer, con apenas un descanso al mediodía para comer y reposar brevemente bajo la sombra de algún árbol.

Mientras el campesino castellano recibía un jornal más digno, descansaba más horas (no trabajaba más de 10 horas) y tenía acceso a mejores condiciones de vida durante la cosecha, el segador gallego regresaba a su tierra natal con unas pocas monedas ganadas con enorme esfuerzo. La comida que recibían en el campo les era servida por el ama, y su coste se descontaba directamente del jornal, según los acuerdos previos. La vida del gallego en Castilla fue dura, resignada, marcada por el silencio y la fatiga, bajo el peso del sol abrasador de la estepa.

Una vez finalizada la siega, comenzaban las faenas de trilla, donde entraban en juego otros trabajadores, animales de carga y herramientas. Estas tareas requerían varios días por cada tipo de cereal, siendo más prolongadas en el caso del centeno. Luego venían trabajos más delicados, como aventar, cerner, medir y guardar el grano. Los jornales variaban según la edad y la fuerza de cada trabajador, oscilando entre cuatro y diez pesetas. Los más jóvenes, muchas veces niños, aprendían este oficio como podían, expuestos a condiciones extremas, e incluso a la muerte, como el caso trágico de un niño andaluz fallecido por insolación.

En contraste, los trabajadores castellanos expresaban cierto conformismo al saberse privilegiados dentro del mundo rural: ganaban mejor y trabajaban menos horas. Sin embargo, también lamentaban que aquella bonanza fuera tan breve, apenas unos meses al año, imposibilitando cualquier mejora real en su nivel de vida a largo plazo.

Así, se evidenció cómo la recolección, a pesar de su apariencia festiva, ocultaba un sistema de trabajo desigual, extenuante y profundamente injusto. 



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