Durante la temporada de cosechas en Castilla, en 1930, se vivió una marcada desigualdad entre los trabajadores del campo, especialmente entre los jornaleros locales y los segadores forasteros, en su mayoría gallegos. Estos últimos solían llegar en cuadrillas de ocho o catorce hombres, lideradas por un mayoral que negociaba directamente con los propietarios de las tierras. A lo largo de varios meses, desde la cosecha de la algarroba hasta la de la avena, trabajaban de sol a sol, comenzando al amanecer y terminando al anochecer, con apenas un descanso al mediodía para comer y reposar brevemente bajo la sombra de algún árbol.
Mientras el campesino castellano recibía un jornal más digno, descansaba más horas (no trabajaba más de 10 horas) y tenía acceso a mejores condiciones de vida durante la cosecha, el segador gallego regresaba a su tierra natal con unas pocas monedas ganadas con enorme esfuerzo. La comida que recibían en el campo les era servida por el ama, y su coste se descontaba directamente del jornal, según los acuerdos previos. La vida del gallego en Castilla fue dura, resignada, marcada por el silencio y la fatiga, bajo el peso del sol abrasador de la estepa.
Una vez finalizada la siega, comenzaban las faenas de trilla, donde entraban en juego otros trabajadores, animales de carga y herramientas. Estas tareas requerían varios días por cada tipo de cereal, siendo más prolongadas en el caso del centeno. Luego venían trabajos más delicados, como aventar, cerner, medir y guardar el grano. Los jornales variaban según la edad y la fuerza de cada trabajador, oscilando entre cuatro y diez pesetas. Los más jóvenes, muchas veces niños, aprendían este oficio como podían, expuestos a condiciones extremas, e incluso a la muerte, como el caso trágico de un niño andaluz fallecido por insolación.
En contraste, los trabajadores castellanos expresaban cierto conformismo al saberse privilegiados dentro del mundo rural: ganaban mejor y trabajaban menos horas. Sin embargo, también lamentaban que aquella bonanza fuera tan breve, apenas unos meses al año, imposibilitando cualquier mejora real en su nivel de vida a largo plazo.
Así, se evidenció cómo la recolección, a pesar de su apariencia festiva, ocultaba un sistema de trabajo desigual, extenuante y profundamente injusto.

No hay comentarios:
Publicar un comentario