Durante el siglo XIX, el criminalista italiano Cesare Lombroso afirmaba que la mujer delincuente actuaba por impulsos momentáneos —ira, celos, pasión— y carecía de la frialdad necesaria para cometer delitos premeditados como robos o asaltos armados. Según él, la crueldad femenina existía, pero estaba contenida por una supuesta falta de decisión. Sin embargo, los casos policiales registrados en las décadas de 1920 y 1930 en Estados Unidos y Francia desmontaron por completo esa teoría.
Al inicio del siglo XX, varias mujeres dejaron claro que podían igualar —y superar— a los hombres en violencia, audacia y estrategia criminal.
Uno de los ejemplos más llamativos fue el de las llamadas "especialistas de taxis" en Estados Unidos durante los años 20. Eran mujeres elegantes que actuaban solas: abordaban un taxi de noche, llevaban joyas falsas y, en un punto aislado del recorrido, apuntaban al conductor con un arma. Robaban su dinero, le quitaban piezas al motor para impedir que las siguiera, y huían sin dejar rastro. Nada impulsivo: todo planificado.
Otro caso icónico es el de Sally Scott, conocida como “la muchacha impía de Detroit”. Esta joven enfermera de apenas 18 años, bella y educada, llevó a cabo una serie de asaltos armados a tiendas, actuando siempre sola. Fue detenida tras un disparo accidental en un robo.
Aún más estremecedor fue el asalto a la casa del doctor Bigall, en Nueva York hacia 1930. Tres mujeres jóvenes irrumpieron por una ventana, redujeron a toda la familia y, bajo amenazas, torturaron al dentista con cigarrillos y papeles encendidos hasta que confesó dónde escondía su dinero. Luego cenaron tranquilamente en su casa, escuchando la radio, antes de escapar.
La risa fue la perdición de Margarita Bayne, otra criminal solitaria de la época. Apodada “la bandida de la risa cristalina”, robaba a punta de pistola a cajeras de comercios, riéndose mientras se llevaba el dinero. Una noche, un policía se ofreció a escoltarla al verla sola; su característica risa la delató como la autora de varios atracos.
Por último, el caso de Alicia Lefevre revela cómo la doble vida también fue posible para las mujeres criminales. Esta joven francesa trabajaba de día en un almacén de Los Ángeles y de noche formaba parte de una banda de asaltantes. Fue descubierta porque la dueña de la pensión donde vivía encontró su diario con descripciones detalladas de todos los robos cometidos. Pensó que era una novela… hasta que las noticias confirmaron que se trataba de hechos reales.
Biblioteca Nacional de España. 1931.
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