viernes, 8 de agosto de 2025

Madrid y el drama de la vivienda insalubre en 1932

 En aquellos años, las calles de Madrid habían visto desaparecer tranvías, cambiar farolas y abrir nuevos bulevares. Sin embargo, bajo aquella fachada de modernidad, persistía un problema que no entendía de modas ni de mejoras estéticas: la vivienda insalubre. Casas-pueblo, aduares y construcciones improvisadas seguían albergando a millares de madrileños en condiciones que, como denunciaba el doctor Julio Ortega, “eran verdaderos criaderos de tuberculosis, raquitismo y otras enfermedades”.

El doctor Ortega, que entonces dirigía el Negociado Sanitario del Ayuntamiento, lo expresó sin rodeos:
"Madrid podría presumir de ser una de las capitales más saludables de Europa… si no fuera por la vivienda".

En ciertos distritos, la mortalidad superaba el 35 por mil habitantes, y no por epidemias repentinas, sino por la aglomeración, el hacinamiento y la falta de condiciones higiénicas básicas.

Ejemplos sobraban. En la calle de Segovia, una casa-pueblo albergaba noventa viviendas y más de seiscientas personas, de las cuales más de doscientos eran niños. En el barrio de la Perejilera, tres viviendas levantadas con latas viejas y tablas de desecho servían de morada a familias enteras.

Ortega recordaba que en Inglaterra, más de veinte años atrás, se había emprendido una cruzada sanitaria que incluyó el saneamiento de más de 50.000 inmuebles en apenas tres años. Incluso el teatro había participado en la campaña: Bernard Shaw, en su obra Widowers’ Houses, ridiculizó a los caseros que explotaban la miseria de los obreros. La presión social llevó a aprobar la expropiación forzosa de las casas inmundas, pagando solo el valor del terreno y los materiales de derribo.

En Madrid, Ortega consiguió sanear numerosos inmuebles y derribar barriadas enteras de chozas insalubres. Para ello, fue clave el padrón sanitario de viviendas, una especie de “historia clínica” de cada finca. Este registro detallaba desde el número de habitaciones con ventilación directa hasta el abastecimiento de agua, el tipo de retrete o la proximidad de industrias molestas. Las viviendas se clasificaban en cuatro categorías: desde las que cumplían las condiciones mínimas hasta las que debían demolerse de inmediato.

El empadronamiento no resultó fácil, pero contó con la colaboración de los propietarios, que en muchos casos reconocieron por escrito los defectos de sus fincas. El resultado fue casi 26.000 viviendas registradas, de las que un número preocupante requería reformas profundas o demolición.

El distrito de la Inclusa y el barrio de la Paloma encabezaban las estadísticas de mortalidad. Allí, casas-pueblo con hasta seiscientas personas se convertían en focos permanentes de infección. No faltaban calles emblemáticas ,Peñón, Carnero, Rosario o Ercilla, donde la infancia crecía en patios oscuros y húmedos, con el aire viciado y la luz del sol apenas como un recuerdo.

Ortega propuso dos vías:

  1. Crear un certificado sanitario de la vivienda, obligatorio para arrendar o vender inmuebles, tal como existía para industrias que afectaban la salud pública.

  2. Sustituir progresivamente las fincas insalubres por casas económicas e higiénicas, siguiendo el modelo de ciudades-jardín y ciudades-satélite como las de Inglaterra o Alemania.

La Cámara de la Propiedad Urbana mostró reticencias, pero Ortega insistió: “El dinero que se gasta en demoler casas inmundas se ahorra en hospitales y sanatorios. Lo que no podemos permitir es que la ley proteja al propietario de un cuchitril mientras castiga a un comerciante por vender una mercancía defectuosa”.

En sus informes proponían que las demoliciones se hicieran en paralelo a la construcción de viviendas económicas y salubres, inspiradas en modelos europeos como las cités-jardins de Inglaterra o las cooperativas obreras de Alemania.

La idea era trasladar temporalmente a las familias a alojamientos provisionales mientras se levantaban los nuevos barrios. Pero en la práctica, muchas veces el plan se quedaba en el papel, y la gente expulsada acababa en otros lugares iguales o más insalubres, lo que perpetuaba el problema.

Biblioteca Nacional de España.



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