La Casa de Campo, uno de los espacios verdes más emblemáticos de Madrid, tiene una historia marcada por su evolución desde finca privada y coto real hasta convertirse en un parque público accesible a todos los madrileños.
Durante siglos, la Casa de Campo perteneció a la noble familia Vargas. En el siglo XVI, el rey Felipe II adquirió estas tierras por su extensión y proximidad al Palacio Real, para ampliar sus dominios con bosques, tierras de labor y áreas de esparcimiento. Posteriormente, Felipe III añadió estanques, paseos y zonas recreativas, consolidando la finca como un lugar de privilegio reservado a la nobleza y la monarquía.
Con la llegada de los Borbones, la Casa de Campo sufrió un período de abandono, hasta que se revitalizó como espacio agrícola y de ocio para la élite, incluyendo la práctica de deportes exclusivos como el polo y el patinaje sobre hielo.
La Segunda República Española, en abril de 1931, llevó a cabo la expropiación de la Casa de Campo bajo la alcaldía de Pedro Rico, abriendo sus puertas al pueblo madrileño el 12 de ese mismo mes.
La Casa de Campo comenzó a ser objeto de proyectos y propuestas para su desarrollo como parque público. Académicos y expertos recomendaron una serie de medidas para maximizar su potencial, como la creación de una extensa zona de parque abierto, la instalación de baños públicos en el lago, la fundación de un zoológico moderno, la construcción de un acuario y un jardín botánico, y la protección de áreas naturales para conservar la flora y fauna autóctonas. También se propuso destinar espacios para juegos infantiles y para la enseñanza gratuita de actividades agrícolas y medioambientales, como la apicultura o la floricultura.
Estas propuestas reflejaban la intención de convertir la Casa de Campo en un centro de cultura, recreación y educación ambiental, utilizando los recursos agrícolas y cinegéticos del terreno para sostener los servicios públicos allí establecidos.
Biblioteca Nacional de España, 1931
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