Durante los años previos, España vivía una profunda crisis política, social y económica. La dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923–1930), apoyada por el rey Alfonso XIII, había fracasado en sus intentos de modernización. Tras la caída de Primo de Rivera, el rey intentó restaurar un sistema parlamentario que ya carecía de legitimidad.
La oposición republicana y socialista estaba creciendo y cada vez más sectores del país, incluidos intelectuales, estudiantes y trabajadores urbanos, exigían un cambio de régimen. En este clima de descontento, se convocaron elecciones municipales para el 12 de abril de 1931.
Las elecciones del 12 de abril no fueron elecciones generales, sino municipales. Sin embargo, se convirtieron en un plebiscito de facto sobre la monarquía.
En términos generales fue una jornada relativamente tranquila y sin grandes incidentes violentos. La participación fue alta, y en las ciudades reinaba una fuerte expectativa. Las fuerzas del orden se mantuvieron vigilantes, pero no hubo grandes altercados.
En los núcleos urbanos —donde el caciquismo tenía menos poder— las candidaturas republicanas obtuvieron una victoria clara, mientras que en muchas zonas rurales ganaron los monárquicos, en parte por influencia y control tradicional de las élites locales.
En cifras: los partidos republicanos obtuvieron la mayoría en 41 de las 50 capitales de provincia. Fue una derrota moral y política para el rey. Aunque en términos numéricos no fue una victoria arrolladora a nivel nacional, el resultado en las ciudades —centros de influencia política y simbólica— dejó claro el rechazo al régimen monárquico.
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