Las cigarreras fueron mujeres trabajadoras que desempeñaron un papel fundamental en la industria tabaquera desde el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Su vida cotidiana estuvo marcada por la dureza del trabajo y la precariedad económica.
A menudo, estas mujeres comenzaban a trabajar en las fábricas siendo apenas niñas y pasaban allí toda su vida laboral, en condiciones que combinaban esfuerzo físico, salarios bajos y largas jornadas. En la Fábrica de Tabacos de Madrid, por ejemplo, trabajaban a destajo, cobrando por cada millar de cigarrillos producidos, lo que las obligaba a mantener un ritmo acelerado sin descanso para poder sostener a sus familias. Muchas eran madres, hijas o esposas que llevaban el peso económico del hogar.
El estereotipo popular las presentaba como mujeres alegres, coquetas y combativas, asociadas a la leyenda de Carmen, la cigarrera de la ópera. Sin embargo, la realidad era otra: mujeres envejecidas por el trabajo, cubiertas con delantales, muchas veces agotadas pero no vencidas. A pesar de las dificultades, mantenían un fuerte sentido de orgullo y compañerismo.
A principios de la Segunda República, las cigarreras alzaban la voz para reclamar mejoras: sueldos dignos, mejores condiciones laborales, colegios para sus hijos y el reconocimiento de su esfuerzo. Ejemplo de ello es la figura entrañable de la “tía Viva”, una cigarrera de 108 años que, tras toda una vida de trabajo, aún soñaba con una medalla del Gobierno.
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