A finales de 1931 se produjo la apertura de la primera zona dedicada a la educación física en la Ciudad Universitaria. Según el documento fundacional difundido por la Federación Universitaria Escolar Deportiva (F.U.E.D.), aquel campo no era un simple espacio de ocio. Su pista de ceniza de 300 metros, sus zonas para lanzamientos, saltos y carreras, eran una prolongación de la enseñanza. Como los antiguos griegos, se entendía el ejercicio físico como un entrenamiento del alma a través del cuerpo.
La educación física, decían, debía huir del profesionalismo y de los “espectáculos de gladiadores” para recuperar el valor del altruismo, la cooperación, el juego limpio, la resistencia y la caballerosidad. El deporte no debía formar campeones, sino ciudadanos éticos.
La primera zona deportiva constaba de cinco campos : atletismo, rugby, fútbol, hockey, béisbol y baloncesto, donde más de doscientos jóvenes podían ejercitarse simultáneamente. A esto se añadían canchas de tenis, duchas, vestuarios y casetas médicas, todo supervisado por el Patronato de Cultura Física. La salud y la preparación se volvieron asunto público, reglado, orientado.
Para participar, los estudiantes debían inscribirse, ser reconocidos médicamente y seguir un programa personalizado.
El entusiasmo por los torneos y concursos inaugurales fue multitudinario. Las gradas, aun sin terminar, se llenaron de espectadores madrileños curiosos por esta novedad universitaria. Aquel acto, más que un evento deportivo.
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