En 1932, unas declaraciones del diputado leonés Gabriel Franco sacudieron la conciencia nacional al revelar la extrema miseria en la comarca de la Cabrera Baja, una región montañosa y aislada del suroeste de León. Más de cincuenta pueblos vivían entonces en condiciones que hoy nos parecerían medievales: sin médicos, sin farmacias, sin escuelas dignas, y con viviendas que apenas merecían tal nombre.
Un solo médico debía atender hasta catorce pueblos, separados por caminos escarpados e intransitables. La ausencia total de farmacias obligaba a los vecinos a recorrer grandes distancias para conseguir una medicina básica. “La ciencia médica allí es una entelequia”, afirmaba el diputado.
Las casas, sin ventanas ni mobiliario, eran apenas refugios donde se agolpaban hasta quince personas. La alimentación se reducía a berzas con sebo, y el pan,mezcla de centeno y salvado, ni siquiera era aceptado por los perros que acompañaban a la comitiva parlamentaria.
En La Baña, con más de 1.200 habitantes, se vivía bajo un sistema de trueque. El dinero solo servía para pagar impuestos. Las mujeres hilaban sus propios vestidos, y la mayoría de las casas no pagaban más de un real al año de contribución.
Aunque algunos pueblos contaban con maestros, los locales eran tan insalubres que la enseñanza se volvía casi imposible. La cultura, como la sanidad, era un lujo inalcanzable.
El director general de Sanidad, Marcelino Pascua, visitó la zona por encargo del Gobierno. Aunque reconoció el abandono, matizó que no todo era tan sombrío. “No estamos ante un infierno como Las Hurdes extremeñas, sino ante un purgatorio del que se puede salir”, declaró.
Pascua propuso soluciones concretas: instalar una farmacia en Truchas, aumentar el número de médicos y mejorar las comunicaciones. “El aislamiento es la causa de la miseria moral y material”, sentenció.
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