Sevilla había llegado en mayo de 1933 a un estado de violencia insostenible. En medio de ese clima fue asesinado Pedro Caravaca Rogé, secretario de la Federación Económica de Andalucía y una de las figuras que intentaban frenar el avance del pistolerismo. Caravaca, empresario y organizador destacado de la Exposición Hispanoamericana, simbolizaba la protesta de una ciudad que se negaba a aceptar la impunidad de bandas armadas que actuaban a plena luz del día. Sevilla vivía una situación comparable a la Barcelona de 1920: la delincuencia se había disfrazado de política.
Los gobernadores civiles que pasaron por la ciudad no lograron restablecer el orden. Mientras tanto, los sectores del trabajo, el comercio y la industria denunciaban que no podían sobrevivir en un ambiente de bombas, amenazas y asesinatos.
El entierro de Caravaca, acompañado por autoridades y representantes económicos de toda Andalucía, se convirtió en un símbolo del hartazgo colectivo. Para muchos, el crimen marcó el límite de una situación que ya no afectaba solo a Sevilla, sino al país.

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