Contexto histórico:
En mayo de 1931, pocas semanas después de la proclamación de la Segunda República Española, el país atravesó una oleada de tensiones sociales, especialmente motivadas por la polarización entre sectores conservadores y radicales. Uno de los episodios más significativos fue la quema de conventos e iglesias en ciudades como Madrid, Málaga, Alicante y Granada, protagonizada por grupos exaltados de carácter anticlerical. Ante estos hechos, los intelectuales Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala publicaron un manifiesto dirigido al pueblo español. Este texto representó una intervención decisiva de la élite intelectual liberal en defensa de un republicanismo racional, moderado y democrático.
Contenido del manifiesto:
El manifiesto, publicado el 12 de mayo de 1931, condenaba con firmeza los actos de violencia anticlerical que se habían producido, considerando que no respondían a un verdadero espíritu republicano ni revolucionario, sino a un impulso primitivo, destructivo y ajeno a los principios de la nueva democracia. Los firmantes reconocían que las órdenes religiosas habían acumulado poder perjudicial durante siglos, pero subrayaban que, una vez desprovistas de ese poder, ya no representaban una amenaza real. Por tanto, atacar conventos e iglesias carecía de justificación política o ética.
En contraposición, defendían la necesidad de construir una “nueva democracia” basada en la razón, la legalidad y el uso útil de los recursos del antiguo régimen para fines sociales. En vez de destruir edificios religiosos, proponían aprovecharlos para servicios públicos. El documento insistía en que el nuevo Gobierno republicano había sido elegido por la voluntad clara y mayoritaria del pueblo español, y debía actuar con firmeza sin dejarse arrastrar por minorías exaltadas ni por provocaciones monárquicas.
Quemar, pues, conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a destruirlas. El hecho repugnante avisa del único peligro grande y efectivo que para la República existe: que no acierte a desprenderse de las formas y las retóricas de una arcaica democracia, en vez de asentarse desde luego e inexorablemente en un estilo de nueva democracia. Inspirados por ésta, no hubieran quemado los edificios, sino que más bien se habrían propuesto utilizarlos para fines sociales. La imagen de la España incendiaria, la España del fuego inquisitorial, les habría impedido, si fuesen de verdad hombres de esta hora, recaer en esos estúpidos usos crematorios.
Asimismo, los autores rechazaban cualquier intento de importar modelos revolucionarios extranjeros, afirmando que España debía encontrar su propio camino, posiblemente orientado hacia una organización social centrada en los trabajadores, y no en una estructura burguesa tradicional.
Valor historiográfico:
Este manifiesto constituyó una fuente para entender las aspiraciones y preocupaciones de los sectores intelectuales liberales en los inicios de la Segunda República. Reflejó el deseo de consolidar un régimen republicano ordenado, sensato y democrático, alejado tanto de la violencia radical como de la nostalgia monárquica.
El documento también evidenció el temor de que la República, aún naciente, pudiera ser desestabilizada desde dentro por quienes confundían revolución con destrucción. Apelaba a una ciudadanía activa pero responsable, y a una juventud comprometida con la construcción del país.
Biblioteca Nacional de España, 1931.
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