La madrugada del 29 de mayo amaneció con el país al borde de un abismo. Una nube de tensión, alimentada por rumores y temores, se cernía sobre la joven República. La amenaza: una revolución anarquista bien organizada, amplia y peligrosa, que pretendía sumir a España en el caos y derrocar al régimen republicano. Pero la nube pasó. La República resistió. Y lo que pudo haber sido un trágico levantamiento quedó en un intento fallido.
El ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga, se convirtió en figura central de esta historia. En declaraciones posteriores, reveló los detalles de la ofensiva preventiva que permitió desarmar la maquinaria revolucionaria antes de que estallara. Todo comenzó con el hallazgo de explosivos en Andalucía, lo que dio a las autoridades la pista para desarticular la red insurreccional.
“Desde el momento en que descubrimos las primeras bombas, sabíamos que la clave era arrebatarles el poder de fuego. Sin explosivos, su capacidad de daño quedaba muy limitada”, explicó Casares Quiroga.
El plan de los sublevados era claro: provocar manifestaciones en puntos estratégicos del país, forzar una represión violenta que encendiera la indignación popular, y declarar una huelga general. El objetivo final: voltear la República apelando al sentimentalismo de las masas.
Pero la estrategia fracasó. Las masas no se sumaron. En ciudades clave como Madrid, Barcelona y Sevilla, las manifestaciones no lograron materializarse. En Madrid, no fue necesario abrir fuego. En Barcelona, la entrada de los tranviarios a sus puestos de trabajo fue, para el ministro, la señal inequívoca del fracaso.
“La revolución murió antes de nacer”, sentenció Casares. “A las diez de la mañana del domingo, todo estaba ya resuelto”.
La prensa, que había temido lo peor, respiró aliviada. La bolsa retomó su curso. El país volvió a su rutina. Pero el episodio dejó una enseñanza clara: la República debía mantenerse firme frente a quienes pretendieran imponer sus ideas por la vía de la violencia, incluso cuando estas vinieran desde sectores que, en el pasado, también habían sufrido la represión del régimen monárquico.
El ministro advirtió que, bajo la República, existían caminos legales para la reivindicación política: la prensa, las elecciones, el debate público. Pero insistió en que cualquier intento de salirse de esos cauces sería enfrentado con todo el peso de la ley.
“Antes, la ilegalidad podía parecer justificada. Hoy, bajo un régimen legítimo y democrático, ya no hay excusa. Si persisten en colocarse fuera de la ley, sufrirán su rigor”, afirmó.
Las ciudades recuperaron su calma. Pero también quedó claro que los enemigos del nuevo orden no habían desaparecido: solo se replegaban, aguardando otro momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario