La historia de Francisco Flores Arocha es una de esas tragedias rurales que parecen salidas de una novela. Campesino de la Serranía de Ronda, su vida estuvo marcada por la pasión por la tierra, el honor familiar y la venganza. Su drama comenzó en el cortijo de La Fuenfría, propiedad de su suegro, Salvador Gil González. Francisco esperaba heredar esas tierras, símbolo de prosperidad y orgullo campesino. Sin embargo, sus sueños se derrumbaron cuando su suegro decidió vender la finca a Salvador Becerra Flores, primo de Francisco.
La venta encendió en él una ira ciega. Consideró la transacción una traición doble del suegro y del primo y se sintió despojado no solo de una propiedad, sino de su dignidad. En un arrebato de furia, disparó contra su suegro, al que solo hirió, y mató a su cuñada, hija del anciano. Después de aquel primer crimen, huyó a las montañas, armado y decidido a vengarse por completo.
Durante meses, vivió escondido en la Sierra, como los antiguos bandoleros de leyenda. Su nombre comenzó a circular por la comarca. En noviembre, cumplió su amenaza. Bajó de nuevo al cortijo y, con fría determinación, asesinó a su primo, a la esposa de este, y a sus dos hijos pequeños, la menor de apenas dieciséis meses, completando así una venganza feroz y sangrienta.
Tras la matanza, regresó a la sierra acompañado por su sobrino Pedro Flores, quien decidió seguirle en su huida. Durante cuatro semanas, burlaron a la Guardia Civil, moviéndose entre los riscos y los pinares, refugiándose en cuevas y cortijos abandonados. La persecución terminó el 31 de diciembre, cuando fueron rodeados por las fuerzas del capitán Hernández.
El enfrentamiento fue intenso. A pesar de estar herido, Francisco se negó a rendirse. En medio del fuego cruzado, apareció su hijo, un niño que les ayudaba llevándoles municiones. Al descubrirlo, el jefe de los guardias suspendió el fuego por unos minutos para permitir que el pequeño se alejara. Padre e hijo se despidieron en un abrazo desesperado, sabiendo que sería el último.
Cuando el combate se reanudó, un guardia civil, Teodoro López, murió alcanzado por una bala del fugitivo. Poco después, Pedro Flores fue herido y consiguió escapar entre la niebla. Francisco, con el pecho atravesado por un disparo, siguió resistiendo hasta que una bala le destrozó el cráneo. Su hijo, desde una loma cercana, contempló en silencio la muerte del padre, sin lágrimas ni miedo.
La prensa de la época describió la escena con una mezcla de horror y romanticismo. Francisco Flores Arocha fue presentado como un criminal trágico, movido por una pasión desmedida por la tierra, que lo llevó del orgullo campesino al crimen y, finalmente, a una muerte heroica. Su figura, mitad monstruo y mitad héroe, quedó inmortalizada en los romances populares, como los antiguos bandoleros que desafiaban a la autoridad y morían luchando por lo que creían suyo.


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