miércoles, 29 de octubre de 2025

Crónica de un barrio a oscuras. 1933, el barrio de Salamanca al caer la tarde

 Caía la tarde sobre el barrio de Salamanca, y con ella, el silencio inquietante que se apoderaba de sus calles. Las avenidas de Maldonado, Príncipe de Vergara y la Plaza de Salamanca quedaban desiertas, sin rastro alguno de uniformes de la Guardia Civil o de Seguridad. Los pocos vecinos que se veían obligados a transitar por allí lo hacían con paso apresurado, temerosos de un encuentro indeseado del que no podrían defenderse, ni por sus propios medios ni con ayuda de una vigilancia que, sencillamente, no existía.

Desde la calle de Velázquez hasta el Paseo de Ronda, y desde la calle de María de Molina hasta Goya, la oscuridad y el abandono reinaban. Era difícil encontrar siquiera una linterna encendida, y mucho menos una patrulla. En esa penumbra, los maleantes encontraban campo libre para actuar sin obstáculos.

Ya entrada la noche, pasear por el barrio se convertía en una temeridad. En las esquinas, en los descampados y en los portales de calles como Diego de León, Juan Bravo, Serrano o Padilla, el transeúnte se exponía a ser víctima de un atraco en cualquier momento. La iluminación era escasa y la vigilancia, nula. El único indicio de autoridad era una pareja de guardias apostada frente a la vivienda de un ministro en la calle Diego de León. Más allá de eso, el barrio quedaba a merced de la suerte.

Los vecinos se miraban con recelo, cruzando la acera con desconfianza, como si cada sombra pudiera esconder una amenaza. 

Una portera de la calle Lista relataba cómo, al anochecer, todos cerraban puertas y echaban cerrojos. “Aquí no se puede salir de noche”, decía. “A las señoras les quitan los bolsillos”. Otra vecina añadía que ni siquiera podía mandar a su hija a hacer un recado después del anochecer, pues regresaba corriendo, asustada hasta de su propia sombra.

Un portero de la calle Juan Bravo resumía la situación con resignación: “Esto está abandonado. Solo los novios se atreven a pasear por aquí, porque el amor les da valor. Pero muchos vecinos ya no van al teatro ni al cine, por miedo a la vuelta”. Contaba también cómo, en la esquina de Jorge Juan con Velázquez, habían golpeado a un hombre con una barra de hierro, y cómo en Serrano se habían escuchado disparos contra un sereno.

La impotencia era general. Sin armas para defenderse y sin presencia policial, los vecinos solo podían esperar que, en caso de emergencia, los guardias de la comisaría , lejana y de difícil acceso, llegaran a tiempo. Pero mientras se daba el aviso y se organizaba la respuesta, los ladrones ya habrían desaparecido con su botín.

Así era el barrio de Salamanca en aquellas noches: elegante por el día, pero abandonado y temido al caer el sol. Una zona noble convertida en tierra de nadie, donde la oscuridad no solo apagaba las luces, sino también la esperanza de sentirse seguro.

Biblioteca Nacional de España, 1933.


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