jueves, 27 de noviembre de 2025

El rey del puerto de Barcelona: la vida de “Sobrino VI”

 En  1933, el puerto de Barcelona tenía un inquilino que había hecho de una caldera su hogar. Ese hombre era conocido como Sobrino VI, un exmarino convertido en leyenda portuaria. Desde hacía más de una década vivía dentro de una caldera abandonada, a la que llamaba su “villa”. Allí dormía, cocinaba y hasta cultivaba un pequeño huerto entre hierros y chimeneas destrozadas. Para él, la caldera resultaba más cálida que muchas casas, y sus ronquidos, amplificados por los tubos metálicos, se confundían con rugidos de tormenta.

El personaje mezclaba miseria y orgullo. Se alimentaba de las sobras que le daban los marineros, pero se proclamaba “capitán de fragata y emperador de los mares del Plata”. No se lavaba en meses, su barba y su melena le daban aspecto de profeta errante, y sus ojos brillaban como carbones encendidos. Nadie en el puerto lo molestaba: lo aceptaban como parte del paisaje, como un símbolo de resistencia y extravagancia.

El Sobrino VI no trabajaba, pero cultivaba historias. Decía ser descendiente de almirantes y reyes, y convertía su caldera en palacio imaginario. Entre tomates y patatas, había tejido una existencia singular: la de un hombre que, en medio de la dureza del puerto, encontró refugio en la fantasía y en el hierro oxidado de un barco olvidado.

No todo en su vida fue fantasía. En 1929 salvó a un marinero que cayó al agua en plena noche. Los compañeros del náufrago le regalaron una medalla con la inscripción: “Al Sobrino VI, como premio al mérito y al valor”. Él, sin embargo, se quejaba de no haber recibido la oficial Medalla de Salvamento de Náufragos.


Imagen: Biblioteca Nacional de España.


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