En marzo de 1933, la Escuela de Arquitectura amaneció como si un vendaval la hubiera barrido. Bancos y pupitres estaban convertidos en astillas, las puertas aparecían destrozadas, los cristales hechos añicos y los muebles apilados en desorden. Desde las ventanas que daban al patio del Instituto del Cardenal Cisneros, los alumnos de aparejadores habían arrojado mesas y artefactos de trabajo, dejando varias salas completamente devastadas.
El archivo de diapositivas, que contenía fotografías en cristal de los principales monumentos arquitectónicos del mundo, quedó reducido a un montón de fragmentos irreparables. Algunas placas databan de cincuenta años atrás y ya no podían reproducirse, pues muchos de los monumentos originales habían desaparecido. La biblioteca, sin embargo, fue respetada.
El director de la Escuela, López Otero, se mostró profundamente afectado y evitó declaraciones para no agravar el estado pasional del conflicto. El arquitecto Teodoro Anasagasti explicó que se trataba de un viejo pleito de atribuciones profesionales entre arquitectos y aparejadores. Reconoció que la carrera de aparejador tenía gran porvenir y cumplía una misión importante como intermediaria entre el técnico y el obrero, aunque consideró que algunas de sus demandas estaban mal planteadas.
Por su parte, los alumnos aparejadores, representados por Félix Estrada y Alfredo Carrión, lamentaron los sucesos pero señalaron que los ánimos estaban muy excitados por las continuas desatenciones que sufrían. Recordaron que en el Congreso existía un proyecto de ley que ya había sido votado y que otorgaba a los aparejadores nuevas atribuciones: la intervención obligatoria en todas las obras, la posibilidad de proyectar construcciones de hasta treinta mil pesetas y la equiparación de honorarios con los arquitectos en determinados casos.
El enfrentamiento había estallado en violencia y dejado tras de sí una escuela devastada y un archivo gráfico irrecuperable. La esperanza de los aparejadores era que la aprobación definitiva de la ley pusiera fin a una pugna que llevaba años enfrentando a dos profesiones llamadas a colaborar en la construcción del país.
Imagen: Biblioteca Nacional de España.
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