lunes, 15 de septiembre de 2025

Tallando el sonido: el arte de grabar en cera

Antes de que la música se digitalizara, antes incluso de que el vinilo se hiciera popular, hubo una época en la que el sonido se grababa tallándolo en cera. Este proceso, hoy casi olvidado, fue el corazón de la industria fonográfica durante las primeras décadas del siglo XX. Grabar en cera no era simplemente registrar una interpretación: era un acto técnico, físico y profundamente artesanal. 

La cera utilizada para grabar discos no era la de una vela común, se trataba de una mezcla especial de consistencia firme, pero lo suficientemente blanda como para ser tallada por una aguja. Los discos vírgenes, de aspecto amarillento y varios centímetros de grosor, se almacenaban a temperatura constante para evitar deformaciones.  Para que nos hagamos una idea, su textura recordaba al queso manchego.

El estudio se preparaba con cortinas blancas para amortiguar los ecos. Los músicos y cantantes ensayaban el número varias veces, ajustando la velocidad y el matiz para que encajara exactamente en una cara del disco. No había margen para errores: cualquier fallo obligaba a repetir todo el proceso, pues no había edición, ni retoques, ni filtros, lo que se tallaba quedaba para siempre.  

Cuando llegaba el momento de grabar, se encendía una luz blanca  y sonaba un timbre. Desde ese instante, el silencio era absoluto y los artistas se comunicaban solo por gestos. La música se vertía sobre la cera a modo de una cañería acústica conectada al micrófono, y una aguja tallaba los surcos en tiempo real. Cada vibración quedaba registrada físicamente en la superficie del disco.

El proceso era tan delicado que muchos ingenieros prohibían tomar fotografías o revelar detalles técnicos. Cada casa productora tenía sus propios métodos, y el secretismo era parte del oficio.

Hoy, en la era digital, basta un clic para capturar el sonido; pero hubo un tiempo en que el sonido se esculpía en cera.

Biblioteca Nacional de España, 1932.


miércoles, 10 de septiembre de 2025

La Cabrera Baja, el rincón olvidado de León en 1932

En  1932, unas declaraciones del diputado leonés Gabriel Franco sacudieron la conciencia nacional al revelar la extrema miseria en la comarca de la Cabrera Baja, una región montañosa y aislada del suroeste de León. Más de cincuenta pueblos vivían entonces en condiciones que hoy nos parecerían medievales: sin médicos, sin farmacias, sin escuelas dignas, y con viviendas que apenas merecían tal nombre.

Un solo médico debía atender hasta catorce pueblos, separados por caminos escarpados e intransitables. La ausencia total de farmacias obligaba a los vecinos a recorrer grandes distancias para conseguir una medicina básica. “La ciencia médica allí es una entelequia”, afirmaba el diputado.

Las casas, sin ventanas ni mobiliario, eran apenas refugios donde se agolpaban hasta quince personas. La alimentación se reducía a berzas con sebo, y el pan,mezcla de centeno y salvado, ni siquiera era aceptado por los perros que acompañaban a la comitiva parlamentaria.

En La Baña, con más de 1.200 habitantes, se vivía bajo un sistema de trueque. El dinero solo servía para pagar impuestos. Las mujeres hilaban sus propios vestidos, y la mayoría de las casas no pagaban más de un real al año de contribución.

Aunque algunos pueblos contaban con maestros, los locales eran tan insalubres que la enseñanza se volvía casi imposible. La cultura, como la sanidad, era un lujo inalcanzable.

El director general de Sanidad, Marcelino Pascua, visitó la zona por encargo del Gobierno. Aunque reconoció el abandono, matizó que no todo era tan sombrío. “No estamos ante un infierno como Las Hurdes extremeñas, sino ante un purgatorio del que se puede salir”, declaró.

Pascua propuso soluciones concretas: instalar una farmacia en Truchas, aumentar el número de médicos y mejorar las comunicaciones. “El aislamiento es la causa de la miseria moral y material”, sentenció.


Biblioteca Nacional de España, 1932.


domingo, 31 de agosto de 2025

Los crímenes de Carabanchel

 El 13 de marzo de 1932, los vecinos de Campamento (Carabanchel) quedaron conmocionados con el hallazgo del cadáver de Luciana Rodríguez Narros, encajera de Herreruela (Toledo). Había sido degollada y despojada de todos sus objetos de valor en la llamada “vereda del soldado”. La primera investigación apuntó erróneamente contra sus primos, Leoncio y Bienvenida Alía, que fueron acusados injustamente. El caso permaneció sin resolverse hasta que, meses más tarde, otro crimen sacudió Carabanchel y permitió conectar los hechos.

El 5 de agosto de 1932, el tabernero Mariano Mejino apareció degollado y golpeado con un hacha en una casa del Arroyo de las Pavas. En el lugar fueron detenidos Julián Ramírez y Leandro Iniesta, cubiertos de sangre. En los interrogatorios confesaron este asesinato y también el de la encajera Luciana, cometido meses antes.

Ambos seguían el mismo modus operandi: engañaban a sus víctimas con promesas de negocios (una venta de encajes, una camioneta), las atraían a lugares apartados y allí las asesinaban con gran violencia para robarles.

Los procesos judiciales fueron muy seguidos por la prensa de la época.

  • Por el asesinato de Luciana Rodríguez (noviembre de 1932):

    • Julián Ramírez: condenado a 28 años de reclusión mayor y al pago de 5.000 pesetas de indemnización.

    • Leandro Iniesta: condenado a 26 años de reclusión mayor y al pago de 3.000 pesetas de indemnización.

  • Por el asesinato de Mariano Mejino (febrero de 1934):

    • Ambos recibieron nuevamente 26 años y 8 meses de prisión, además de sanciones económicas.

En total, cada uno acumulaba más de 50 años de condena, lo que equivalía a una cadena perpetua de facto, ya que la Segunda República había abolido la pena de muerte.

Aunque nunca fue acusada formalmente, la figura de Blasa Pérez apareció una y otra vez en la prensa. Propietaria de varias casas en el Arroyo de las Pavas, se decía que tenía un “millón de pesetas” guardado y que su avaricia la convertía en sospechosa.

  • Fue llamada a declarar en varias ocasiones por sus vínculos con Julián Ramírez (inquilino de una de sus propiedades) y su administrador, Alipio de Miguel.

  • La prensa la convirtió en un personaje morboso: una anciana adinerada, rodeada de intrigas y delincuentes, aunque la Justicia nunca halló pruebas en su contra.

  • Ella misma se defendía en los periódicos, afirmando que “vivía de su trabajo y sus ahorros”, y que el supuesto “millón” era una exageración popular.

En definitiva, Blasa fue un personaje mediático, no judicial. Su figura sirvió para dar un tono folclórico y sensacionalista al caso, pero nunca fue condenada.

Los llamados “degolladores de Carabanchel”, Julián Ramírez y Leandro Iniesta, quedaron retratados como dos criminales movidos por la codicia y la brutalidad. 

Arriba: en el centro, el infortunado tabernero Mariano Mejino, asesinado por Julián Ramírez y Leandro Iniesta. Abajo: a la izquierda, Leandro Iniesta y a la derecha, Julián Ramírez, autores del  asesinato de Mariano Mejino, y, según su propia confesión, autores, también, del asesinato de la encajera Luciana Rodríguez. Biblioteca Nacional de España, 1932.

El golpe de Sanjurjo

 La sublevación militar que estalló en agosto de 1932 tuvo su reflejo en Madrid con el levantamiento de los jefes del cuartel de la Remonta, pero el verdadero centro de la sublevación estuvo en Sevilla, bajo el mando del general José Sanjurjo Sacanell, antiguo director de la Guardia Civil y una de las figuras militares más prestigiosas del momento.

La Segunda República española, instaurada en 1931, atravesaba una etapa de grandes tensiones políticas y sociales. Las reformas del gobierno de Manuel Azaña, especialmente las militares, agrarias y autonómicas, habían generado una fuerte oposición en sectores conservadores, monárquicos y militares. Muchos oficiales veían en estas medidas una amenaza a sus intereses y a la unidad de España.

En este clima, Sanjurjo se convirtió en el referente de un grupo de militares y civiles monárquicos que buscaban derrocar a la República y frenar el avance de las reformas.

El 10 de agosto de 1932, Sanjurjo encabezó la sublevación en Sevilla, logrando en un primer momento arrastrar a la guarnición local. Sin embargo, la mayoría de las guarniciones del país permanecieron fieles al gobierno, y en la propia Sevilla, la población no respondió al llamamiento golpista.

En pocas horas, los mismos militares que lo habían seguido comenzaron a abandonar la causa. Ante la falta de apoyo, Sanjurjo optó por entregarse a las autoridades leales. Fue detenido y conducido a prisión.

Mientras tanto, en Madrid, un grupo de jefes y oficiales comprometidos con la sublevación del cuartel de la Remonta intentó sumarse. Los guardias de Asalto y la Guardia Civil redujeron rápidamente a los insurrectos. Algunos de los jefes rebeldes fueron detenidos en el Palacio de Comunicaciones, donde intentaron tomar el control, y trasladados bajo custodia a la Dirección de Seguridad.

Sanjurjo fue condenado a muerte, pero su pena fue conmutada por cadena perpetua gracias a la intercesión de sectores conservadores y monárquicos. Años después, en 1934, recibiría un indulto y marcharía al exilio en Portugal, desde donde volvería a implicarse en conspiraciones contra la República.

El golpe de Sanjurjo mostró la fragilidad de la República. La “Sanjurjada” anticipó, en cierto modo, los movimientos que más tarde desembocarían en el golpe de Estado de 1936, mucho más organizado y respaldado por amplias facciones militares, que daría inicio a la Guerra Civil.

Biblioteca Nacional de España, 1932.


lunes, 25 de agosto de 2025

Las lavanderas del Manzanares

 Hubo un tiempo en que en Madrid, a orillas del río Manzanares, en los lavaderos públicos, se concentraba una industria tan humilde como imprescindible: la de las lavanderas. Mujeres de todas las edades, desde adolescentes en plenitud hasta ancianas cargadas de achaques, trabajaban de sol a sol en una faena tan dura como mal pagada. Eran madres, esposas, proveedoras del hogar, y sobre todo símbolos de una fortaleza callada que sostenía la vida urbana desde la trastienda de la sociedad.

No existía jubilación ni red de seguridad, y muchas continuaban fregando con muletas hasta que el cuerpo ya no respondía por un jornal que apenas daba para comer y poco más. La ropa, que pasaba por jabonaduras, coladas con sosa cáustica y largos tendederos al aire libre, regresaba a los hogares de la ciudad limpia, fresca y lista para una nueva semana. 

Biblioteca Nacional de España, 1932.


jueves, 14 de agosto de 2025

Historia de Tomasín Gómez y Celestina García

En los años 30, el pequeño Tomasín Gómez, de apenas tres años, vivía una situación de maltrato constante en casa de su madre, Carmen, y del compañero de esta, Juan Pro. Dormir en el suelo, recibir palizas e incluso ser sumergido en agua fría mientras dormía formaban parte de su día a día.

Celestina García, que lo había criado desde el día siguiente a su nacimiento, se enteró de la gravedad de la situación y decidió actuar. Enviando a familiares a recoger al niño, lo rescató en pijama y lo llevó primero a la Comisaría y después a su casa. La denuncia provocó la detención de Carmen y de Pro esa misma noche.

El caso conmovió a todo Torrijos: la gente lo reconocía por la calle, lo colmaba de cariño y elogiaba la valentía de Celestina. La justicia le otorgó la custodia definitiva, y bajo su cuidado, Tomasín creció protegido y querido.

Biblioteca Nacional de España, 1932.