martes, 2 de diciembre de 2025

La Escuela de Arquitectura devastada por los aparejadores

 En marzo de 1933, la Escuela de Arquitectura amaneció como si un vendaval la hubiera barrido. Bancos y pupitres estaban convertidos en astillas, las puertas aparecían destrozadas, los cristales hechos añicos y los muebles apilados en desorden. Desde las ventanas que daban al patio del Instituto del Cardenal Cisneros, los alumnos de aparejadores habían arrojado mesas y artefactos de trabajo, dejando varias salas completamente devastadas.

El archivo de diapositivas, que contenía fotografías en cristal de los principales monumentos arquitectónicos del mundo, quedó reducido a un montón de fragmentos irreparables. Algunas placas databan de cincuenta años atrás y ya no podían reproducirse, pues muchos de los monumentos originales habían desaparecido. La biblioteca, sin embargo, fue respetada.

El director de la Escuela, López Otero, se mostró profundamente afectado y evitó declaraciones para no agravar el estado pasional del conflicto. El arquitecto Teodoro Anasagasti explicó que se trataba de un viejo pleito de atribuciones profesionales entre arquitectos y aparejadores. Reconoció que la carrera de aparejador tenía gran porvenir y cumplía una misión importante como intermediaria entre el técnico y el obrero, aunque consideró que algunas de sus demandas estaban mal planteadas.

Por su parte, los alumnos aparejadores, representados por Félix Estrada y Alfredo Carrión, lamentaron los sucesos pero señalaron que los ánimos estaban muy excitados por las continuas desatenciones que sufrían. Recordaron que en el Congreso existía un proyecto de ley que ya había sido votado y que otorgaba a los aparejadores nuevas atribuciones: la intervención obligatoria en todas las obras, la posibilidad de proyectar construcciones de hasta treinta mil pesetas y la equiparación de honorarios con los arquitectos en determinados casos.

El enfrentamiento había estallado en violencia y dejado tras de sí una escuela devastada y un archivo gráfico irrecuperable. La esperanza de los aparejadores era que la aprobación definitiva de la ley pusiera fin a una pugna que llevaba años enfrentando a dos profesiones llamadas a colaborar en la construcción del país.

Imagen: Biblioteca Nacional de España.


jueves, 27 de noviembre de 2025

El rey del puerto de Barcelona: la vida de “Sobrino VI”

 En  1933, el puerto de Barcelona tenía un inquilino que había hecho de una caldera su hogar. Ese hombre era conocido como Sobrino VI, un exmarino convertido en leyenda portuaria. Desde hacía más de una década vivía dentro de una caldera abandonada, a la que llamaba su “villa”. Allí dormía, cocinaba y hasta cultivaba un pequeño huerto entre hierros y chimeneas destrozadas. Para él, la caldera resultaba más cálida que muchas casas, y sus ronquidos, amplificados por los tubos metálicos, se confundían con rugidos de tormenta.

El personaje mezclaba miseria y orgullo. Se alimentaba de las sobras que le daban los marineros, pero se proclamaba “capitán de fragata y emperador de los mares del Plata”. No se lavaba en meses, su barba y su melena le daban aspecto de profeta errante, y sus ojos brillaban como carbones encendidos. Nadie en el puerto lo molestaba: lo aceptaban como parte del paisaje, como un símbolo de resistencia y extravagancia.

El Sobrino VI no trabajaba, pero cultivaba historias. Decía ser descendiente de almirantes y reyes, y convertía su caldera en palacio imaginario. Entre tomates y patatas, había tejido una existencia singular: la de un hombre que, en medio de la dureza del puerto, encontró refugio en la fantasía y en el hierro oxidado de un barco olvidado.

No todo en su vida fue fantasía. En 1929 salvó a un marinero que cayó al agua en plena noche. Los compañeros del náufrago le regalaron una medalla con la inscripción: “Al Sobrino VI, como premio al mérito y al valor”. Él, sin embargo, se quejaba de no haber recibido la oficial Medalla de Salvamento de Náufragos.


Imagen: Biblioteca Nacional de España.


miércoles, 26 de noviembre de 2025

El taxista que devolvió dos millones de pesetas

 En 1933, Madrid se conmovió con un suceso insólito. El taxista Francisco Angulo del Coso, joven de 28 años, encontró en su taxi un maletín olvidado por dos pasajeras filipinas. Dentro se guardaba una fortuna: dos millones de pesetas en billetes y joyas.

El hallazgo ocurrió una mañana, después de que las viajeras descendieran del coche en la zona de Moncloa. Al revisar el vehículo antes de encerrar, Angulo descubrió el maletín y, al abrirlo, se encontró con la inesperada riqueza. Sin embargo, lejos de dejarse tentar, lo devolvió de inmediato. Más tarde confesó que los minutos que tuvo en su poder aquel maletín le parecieron siglos.

La honradez de Francisco contrastaba con su propia situación: en aquel momento apenas disponía de cuatro pesetas con treinta céntimos para “toda la vida”. No era la primera vez que demostraba desprendimiento. Meses antes había devuelto un reloj de oro valorado en mil pesetas, sin recibir siquiera las gracias. En esta ocasión, los propietarios del maletín recompensaron su gesto con apenas doscientas pesetas, lo que muchos consideraron mezquino frente a la magnitud de la fortuna recuperada.

Angulo vivía en una modesta casa de vecinos de la calle Narváez. Natural de Belmonte, Cuenca, llevaba once años trabajando como taxista en Madrid. Soltero y sin novia, confesaba que le daba miedo casarse: “Si apenas gano lo suficiente para vivir, ¿cómo formar una familia?”. Describía las duras noches de trabajo, con frío, hielo y largas horas de espera, que le hacían sentir como si pudiera congelarse en el asiento del coche.

La prensa, el Patronato Nacional de Turismo y el Ayuntamiento quisieron reconocer públicamente su acción, elevando su nombre como ejemplo de honradez en tiempos difíciles. Ángulo, humilde, aseguraba que no buscaba riquezas ni fortuna: “Prefiero tener tranquila mi conciencia. Me basta con el cariño de mis vecinos”.


Imagen: Biblioteca Nacional de España, 1933.


viernes, 21 de noviembre de 2025

Rafaelito Bienvenida, la joven promesa del toreo de 16 años, asesinado

 La ciudad de Sevilla se vio sacudida por un suceso trágico en la casa del extorero Ignacio Sánchez Mejías. Rafaelito Bienvenida, joven torero de apenas 16 años y miembro de una de las familias más célebres de la tauromaquia, fue asesinado por Antonio Fernández Gallego, administrador de las finanzas de sus hermanos.

El crimen ocurrió tras una breve discusión entre ambos, mientras se encontraban solos en un gabinete de la vivienda. Fernández disparó dos veces contra el muchacho —en la cabeza y en el corazón— y, acto seguido, se quitó la vida. El único testigo, Joselito Sánchez Gómez, hijo de Sánchez Mejías, no pudo intervenir a tiempo.

Las causas del enfrentamiento nunca quedaron claras, aunque se especuló con tensiones relacionadas con la gestión económica de la familia Bienvenida. La muerte del joven torero, considerado una promesa en los ruedos, provocó un multitudinario duelo en Sevilla, donde su figura adquirió un carácter simbólico: la víctima de un destino trágico que truncó la continuidad de una estirpe taurina.

Imagen: Biblioteca Nacional de España, 1933.


El maletín olvidado con dos millones de pesetas y el gesto ejemplar de Francisco Angulo

 El taxista madrileño Francisco Angulo encontró un maletín olvidado en su coche por unos viajeros filipinos, que contenía más de dos millones de pesetas en dinero, joyas y cartas de crédito. En un gesto ejemplar de honradez, lo devolvió inmediatamente al hotel donde se alojaban. Sin embargo, los acaudalados pasajeros le recompensaron con apenas doscientas pesetas. El acto fue reconocido públicamente, pero la verdadera recompensa fue su integridad.

Imagen: Biblioteca Nacional de  España, 1933.


lunes, 17 de noviembre de 2025

El Monte de Piedad

 El Monte de Piedad fue una institución benéfica creada para ofrecer préstamos a las personas más necesitadas a cambio de empeñar objetos de valor. Su origen se remonta a Italia en el siglo XV, cuando frailes franciscanos, encabezados por Bernardino de Feltre, impulsaron este sistema como una alternativa justa frente a la usura. La idea se expandió por Europa y llegó a España en 1702, de la mano del padre Francisco Piquer, quien fundó el primer Monte de Piedad en Madrid. Desde entonces, se convirtió en un refugio para las clases humildes y en el germen de lo que más tarde serían las cajas de ahorro.

La finalidad del Monte de Piedad era clara: ofrecer crédito rápido y accesible a quienes no podían acudir a los bancos, evitando que cayeran en manos de prestamistas que cobraban intereses abusivos. Más que un negocio, se trataba de una obra de caridad que buscaba preservar la dignidad de las familias, permitiéndoles recuperar sus objetos una vez saldada la deuda. Durante siglos, estas instituciones fueron parte esencial de la vida popular, especialmente en tiempos de crisis.

Un ejemplo ilustrativo de su función social lo encontramos en un artículo periodístico de 1933, que relataba la situación de miles de mujeres que habían empeñado sus máquinas de coser en el Monte de Piedad. Se contabilizaban más de tres mil máquinas guardadas en sus sótanos, cada una representando un drama familiar. Para muchas madres, esposas e hijas, la máquina de coser era el único medio de subsistencia, el instrumento con el que podían ganar un jornal y alimentar a sus familias. Al empeñarlas, quedaban privadas de su trabajo y caían en la miseria.

Ante esta realidad, el Consejo de Administración del Monte adoptó una medida ejemplar: habilitó talleres en sus sucursales para que las mujeres pudieran seguir trabajando en sus propias máquinas, aunque estuvieran empeñadas. Estos locales estaban calefaccionados, contaban con personal para reparar averías y ofrecían incluso cunas para madres con bebés lactantes. De esta manera, las obreras podían continuar cosiendo y obteniendo ingresos, preservando su dignidad y evitando que la pobreza las arrastrara aún más.

Con el paso del tiempo, los Montes de Piedad se fusionaron con las cajas de ahorro, pero tras la crisis financiera de 2008 y las reformas posteriores, estas desaparecieron como instituciones independientes. 

Biblioteca Nacional de España, 1933.